Vuelta a casa

Una vez alcanzado nuestro objetivo sólo nos quedaba dejar las motos en Leh donde la gente de Lalli vendría a recogerlas unos días más tarde y coger un avión hasta Delhi. El viaje en avión fue una odisea, pero los problemas con los retrasos, los intimidantes controles aéreos y el transbordo en Hammu (Cachemira) que tuvimos que acabar haciendo por un problema en los billetes, se quedaron en nada gracias a las impresionantes vistas de la cordillera del Himalaya y del Karakorum que nos ofreció el vuelo desde Leh. Vimos glaciares que parecían toboganes de hielo divirtiéndose entre las montañas inmensas, y paisajes escondidos entre nubes que se iban disipando a medida que nuestro avión las espantaba a su paso. Claramente hay mucho más del Himalaya allá donde el hombre no ha podido llegar con sus carreteras, ahora entendemos mucho más a los grandes escaladores y montañeros.

La tranquilidad y el buen karma del Himalaya se vió frustrada cuando volvimos a poner los pies en Delhi, habíamos olvidado ese aire húmedo que se te pega a los pulmones  y haciéndote sentir como en un baño turco en medio del Sahara. También nos sonaba a raro los nuevos precios con los que nos encontramos, mientras que en la zona norte habíamos estado durmiendo por 14€ lo más caro, en Delhi un antro con cucarachas y manchas extrañas en las paredes no bajaba de los 50€, increíble. Cuando ya nos veíamos pagando 100€ por una habitación para evitar los inquilinos adicionales, encontramos un hotel bastante decente en el main bazar que además estaba en medio del meollo de viajeros y turistas que se concentran en esa parte de la ciudad, y que era lo que buscábamos en un principio, así que conseguimos convencer a un ricksaw para que nos llevara hasta allí y mucho más difícil, para que se adentrara en el laberinto de callejuelas hasta dejarnos en la puerta. Al principio, la reticencia de los taxistas a internarse en el bazar nos parecía bastante ridícula, pero cuando vives esta experiencia montado en esa moto de tres ruedas, te das cuenta de que no es ninguna tontería, en dos metros de anchura pueden llegar a juntarse 7 bicis, 10 peatones, 6 perros y 4 personas tirando de un carro y ya lo de dar la vuelta … impensable, una vez que has entrado la única manera de salir es seguir las callejuelas hasta que te lleven a la salida por la zona sur del bazar, la situación perfecta para comprender lo que sienten las hormigas creando un hormiguero.

Delhi es… bueno, es un ejemplo de lo que todo el mundo nos decía que era India, una mezcla de sensaciones que van desde la belleza de su cultura y sus gentes hasta un sentimiento menos agradable por su sistema de castas y el nivel de miseria máxima que impera entre sus calles, sus gentes y sus niños. Unos niños que nacen con la pobreza como compañera y para los que el turista es el modo de vida principal, hasta un punto que raya lo exhasperante.

Desde Delhi llegamos hasta Agra, para ver el monumento que daría fin a nuestro viaje, el imponente Taj Mahal. Este palacio fue edificado por el emperador Sha Jahan como regalo para su amada Arjumand, que murió más tarde dando a luz a su hijo. Que cosas tiene la vida, este palacio fue convertido en mausoleo para la esposa del emperador, quien pasó los últimos años de su vida encerrado por su hijo en El fuerte rojo, justo en frente del palacio, observando cada día el lugar donde descansaba su amor. Una historia increíble, sin duda la perfecta leyenda para concluir nuestra aventura por las cumbres del Himalaya.

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