Solo nos quedan 400km para llegar a Johannesburgo asi que nos lo hemos tomado con calma. Sobre las 11am ya estábamos entrando en la ciudad pero hasta las 12:30 o 1pm no hemos sido capaces de encontrar Booksbourg, que es la zona donde está la oficina de Auto Alpina. Collin nos estaba esperando y mientras nosotros hacíamos de nuevo el despliegue de maletas para preparar la etapa en coche, este revisaba las motos meticulosamente (quizá demasiado) y flipaba con el cuentakilómetros. Tras las fotos de rigor y la despedida obligatoria nos hemos trasladado en taxi al aeropuerto internacional, donde hemos alquilado un coche de alquiler para hacer la ruta del Kruger y Swazilandia, la mayor parte del tiempo que nos queda lo vamos a dedicar a ver animalitos, asi que, muy a nuestro pesar, las motos no son un vehículo seguro para circular por carreteras con leones, elefantes y demás fauna suelta.
Han sido casi 8000km increíbles y también duros, nunca habíamos hecho tanto recorrido en tan poco tiempo y ahora tenemos la sensación de haber visto mil paisajes y no saber a que parte pertenece cada uno. Sin embargo, hemos visto y sentido cosas que solo puedes vivirlas en moto y estoy segura que, de no tener el peligro de ser atacados por alguna fiera , habríamos continuado todo el viaje con ellas (a pesar de que nuestros traseros agradecieron inmensamente el haber cambiado de vehículo).

Esa noche llegamos hasta Nelspruit a una hora de entrada al parque. Dormimos en un backpackers que encontramos de casualidad y alli conocimos a Gabin, un newyorkino muy majete que estaba de turista por Sudáfrica a la espera de empezar un trabajo de voluntariado en Swazilandia. El sitio era de traca, teníamos una habitación que antes era el salón de la casa totalmente estilo Memorias de África, solo nos faltaba el actor guapetón en vez de las dos señoras que regentaban el hostal y que estaban como una cabra.El Parke Kruger
A la mañana hemos llegado hasta el Kruger y hemos tardado una hora en llegar al «Letaba Camp» donde pensábamos pasar la noche. La entrada al parque ha sido como la entrada a Jurasic Park. Una puerta enorme delimitaba el comienzo de un vallado que rodea todo el parque, el cual tiene una extensión como todo Israel asi que te puedes hacer una idea de lo que han gastado en valla, vamos, ni la del estrecho!
Es increíble porque hay una división marcadísima, llevábamos horas atravesando campos de cultivos, pueblos, etc y tras traspasar las puertas del parque pareces trasladarte a otro mundo, a km y km de la civilización. En los parques existen unas normas bastante estrictas para evitar que los turistas sirvan de alimento a los animales. Lo primero es la prohibición total de salir del coche o abrir las ventanillas excepto en los lugares señalizados, esto, junto con el límite de velocidad a 40 – 60km/h, lo entiendes en cuanto te cruzas con el primer elefante, león o rinoceronte en medio de la carretera. Por otro lado, nadie puede circular por el parque a partir de las 6pm y si llegas mas tarde de esa hora, te ganas una multa que estuvimos a punto de probar. El parque Kruger está atravesado por una carretera asfaltada en perfecto estado de la que salen multitud de caminos de grava por los que te puedes perder durante horas y no cruzarte con ningún coche. Esos nos encantaban, el primer día hicimos una pequeña ruta antes de volver al campamento para hacer un night drive y vimos de todo, las jirafas comían de las copas de los árboles al borde de la carretera y toleraban la presencia de los coches como si les diera igual que todo el mundo se parara a sacarles fotos. Los elefantes cruzaban la carretera en manadas enormes para acudir al rio a beber y cuando les veíamos a dos metros de distancia del coche no podíamos evitar pensar en lo fácil que le resultaría aplastarnos en plan hormiguilla, sobre todo despues de ver como partían los árboles solo frotándose contra ellos.Esa noche dormimos en una «Safari Tent», que es una especie de tienda de campaña militar con unos camastros dentro que nos hacían sentirnos como el decimoquinto escuadrón de infantería de alguna guerra perdida.
Y asi dejamos el parque Kruger, donde de buena gana habríamos estado una semana entera y cogimos camino a Swazilandia. Esa noche paramos de nuevo en Nelspruit aunque esta vez nos fuimos directos al Hotel Formula1, habíamos tenido suficiente backpacker para todo el viaje. Al ir a cenar cometimos nuestro primer error de traducción, llevábamos bastante tiempo viendo «snails» en la carta de los restaurantes y no teníamos claro lo que eran aunque a todos nos sonaba la palabra. Al preguntarle a la camarera, esta puso una cara de asco bastante importante y nos intentó explicar sin éxito lo que eran esos bichos. Como nos decía que era una especie de «sea food» nos armamos de valor y pedimos una ración de snails con mozzarella ya que pensamos que seguro que nos sonaba porque era algún tipo de marisco que alli no gustaba demasiado. Otro error mas, al llegar el plato nos faltó tiempo para gritar a la vez… «caracoles!!» a susi y a mi se nos revolvieron las tripas, menos mal que mi hermano no les hizo ascos y se comió casi todo el plato.
Welcome to Swaziland



Al cruzar de nuevo la ciudad nos dimos cuenta de que en este pais la presencia de blancos es algo mas que extraño y que aquí las diferencias sociales eran principalmente entre negros ricos y negros pobres, de modo que tres blanquitos andando por la capital tenían que ser turistas de necesidad.
Al ir a desayunar hemos coincidido con Richard, un atleta Keniata de la selección de Reino Unido que estaba pasando una semana de vacaciones antes de volver a las competiciones. Tras charlar con él, se ofreció a acompañarnos al centro y enseñarnos una tienda de souvenirs asi que decidimos acercarle en nuestro coche mientras llamaba al embajador de Reino Unido para que mandara a alguien que pudiera enseñarnos donde hacer nuestras compras. Al llegar al centro nos encontramos con un Swazilandés por lo menos jugador de baloncesto que era el encargado de que a Richard no le ocurriese nada durante su estancia en la capital, se dedicaba a vender muebles sudafricanos al gobierno swazilandes y fue el que nos guió hasta la tienda de regalos donde arrasamos con la compra de camisetas, pegatinas y hasta unos pareos-bandera que todavía no tengo claro donde voy a poner.

Y asi, Swazilandia puso el punto final a un viaje increible, un final que nos dejó un inmejorable sabor de boca para estas vacaciones.