Al día siguiente habíamos quedado a las 9am con la gente de Inder Motors por lo que dedujimos que hasta las 13h más o menos no llegarían las motos. Finalmente a las 12pm pudimos comenzar a vestirnos de romano antes de participar en el ritual que Tony nos había preparado para pedir a Ganesh (Dios de la sabiduría, de los caminos y de las letras de los hindúes) que nos asegurara un viaje sin incidencias. Las motos fueron vestidas con unos collares de flores anaranjadas que, como nos dijeron, debíamos mantener ahí hasta que se cayeran, tal y como estaba el tema de la conducción, no sólo no los quitamos sino que los volvíamos a colocar cuando se rompían para no romper la magia, por si acaso.

Desde Chandigarh salimos dirección Shimla con más precauciones de lo normal hasta que nos hiciéramos con las nuevas motos. Justo a la salida y después de perdernos un par de veces y de un primer contacto con una rotonda india en la que los coches amenazaban con incorporarse como los toros al abrir el cajón, empezó a caer una tormenta típica del monzón que hizo que en cinco minutos tuviéramos la carretera convertida en un barrizal y los boquetes de medio metro de profundidad disimulados peligrosamente por el agua.
Esta lluvia nos acompañó durante toda la etapa de ese día. Teníamos trombas de agua a intervalos de media hora que ayudaban a que, una vez el agua había traspasado los forros, el goretex y el «todo-tex», nunca te llegaras a secar del todo y para cuando lo hacías, de nuevo gotas del tamaño de melocotones se encargaban de tirarte el ánimo por los suelos. Para mejorar las cosas, a medida que nos acercábamos a Shimla, la niebla se iba espesando cada vez ms y la lluvia provocaba pequeños desprendimientos en la montaña que nos ayudaron a practicar maniobras que mas tarde nos servirían para superar las carreteras de la zona de Ladakh.

Esa noche dormimos en lo que los locales llaman «la suiza india», debido a la gran cantidad de turistas que se mueven allí intentando escapar del agobiante clima de Delhi. Shimla es una población situada a 2130m en las faldas del Himalaya, sus edificios recuerdan la era colonial y se caracteriza por un clima suave en verano y frío en invierno que ayuda a mantener un nivel de vegetación que absorbe al viajero como si estuviera en una isla tropical. Otra curiosidad es la inmensa población de monos que campan a sus anchas por los edificios e hicieron estragos en nuestros amuletos florales colocados en las motos (sobre todo en el de Alberto). Eso sí, como decía la Lonely «no sonreirles ni mirarles a los ojos»… que mafia. En esta primera etapa conocimos lo que iba a ser nuestro alojamiento tipo durante el viaje, entre lo calados que llegamos y la humedad que se respiraba en la habitación, esa noche pareció que dormiamos en un trastero.