Desde Ancona embarcamos con la compañía Marmara Lines en un barco que nos llevaría a Cesme en Turquía. Afortunadamente pudimos conseguir un camarote para poder descansar algo tras la etapa en coche, pero era tan pequeño que una vez metido el equipaje solo cabiamos metidos en los camastros.Fueron dos días en una lata de sardinas con nada mejor que hacer que jugar al parchis y hablar con el resto de moteros italianos que iban en el ferry. Ninguno de ellos se creía que pudiéramos llegar a Petra y volver a Bolonia por carretera en 15 días así que nos apodaron “The Rossi Team”, era una gente majísima y amenizaron mucho el viaje

La llegada a Cesme fue apoteósica ya que tardamos casi dos horas en atravesar la frontera y para cuando lo hicimos ya se había hecho de noche y tuvimos que continuar hasta Efeso para no retrasar los planes desde el primer día. Ese fue nuestro primer contacto con la tranquilidad turca, aunque todavía no habíamos visto nada.
Al día siguiente salimos desde Efeso y bordeamos la costa hasta llegar a Artatuk. El calor se dejaba notar y estar vestidos de romano bordeando el mar no ayudaba mucho. Sobre el medio día dejamos atrás las inmensas playas turcas abarrotadas de turistas árabes y europeos y protegidas en todo momento por la policía y atravesamos la cadena de puertos más larga que he visto nunca.
Recorrimos 850km de curvas imposibles con vistas al mar y con la tensión constante de esquivar a los turcos que iban de rally en los adelantamientos, o a camiones inmensos que perdían su carga y que te encontrabas de pronto parados en mitad de la carretera. Creo que gracias a eso la etapa de ese día no se nos hizo tan dura ya que teníamos que ir tan atentos a la carretera y a los que conducían por ella que ni te daba tiempo a plantearte que llevábamos cruzadas unas 7 montañas y todavía nos quedaban otras muchas antes de llegar a Artatuk.
Al llegar conseguimos una habitación de hotel con vistas al mar al que llegamos con la única ilusión de pegarnos una ducha y quitarnos los trajes de moto que ya traíamos pegados a la piel.
«El 15 de Agosto, y tras 500km a más de 35 grados,atravesamos Siria en el más completo caos»
La frontera era un puesto de montaña en obras rodeado por coches que entraban en el país de vuelta de vacaciones o de camino hacia Jordania o los Emiratos Árabes. Creo que éramos los únicos que no llevábamos carné de pasaje ya que no quisimos pagar los 200€ que te pide el RACE por él así que mi hermano tuvo que imponerse un par de veces para que puestros pobres pasaportes no se perdieran entre los tomos de enciclopedia que nos ponían encima una y otra vez.
La situación era bastante cómica ya que yo tenía que seguir a mi hermano para ayudarle con el inglés y en un momento me vi en una habitación rodeada de sirios, turcos y demás foráneos que no paraban de mirar a Alberto y seguidamente a mi con cara de sorpresa (todavía estoy pensando si alguna mujer se habría metido en esa sala alguna vez). Tuvimos la suerte de que un chico muy simpático se hizo amigo nuestro (o eso es lo que parecía porque entenderle le entendíamos poco) y estuvo un buen rato suavizando el ambiente y midiéndose con mi hermano mientras señalaba la altura que tenían esos dos españolitos que se habían colado en la frontera.

Ese día entramos en Hama entre pitidos, adelantamientos imposibles y saludos de incredulidad de la gente al ver las motos. Se trata de una ciudad tranquila y no muy turística aunque parece que haya salido de una guerra hace poco debido al estado de sus edificios. Nada mas entrar y dejar las motos nos dimos cuenta de que habíamos entrado en un mundo totalmente distinto, el burka aquí está a la orden del día por lo que las turistas somos fácilmente identificables. Nos alojamos en el Hotel El Cairo, que por los carteles luminosos que tenía en la puerta, parecía de todo menos un hotel. Aun asi, por un precio bajo nos dieron una habitación cómoda donde pasar la noche.
Una de las principales atracciones de Hama son las 17 norias de madera que se pueden ver a orillas del rio Orontes, que atraviesa la ciudad. Estas norias se construyeron hace siglos para llevar agua a la ciudad y a los cultivos y es increíble que todavía sigan en pié. Algunas miden más de 20 metros y producen un ruido monótono y entrecortado que hace temer que vayan a salir rodando por ahí.
Desde Hama hay 250km hasta la frontera Jordana, el calor seguía pegando duro y creo que para cuando atravesamos la frontera ya estábamos a 40 grados. Si pensábamos que la frontera Siria había sido horrible para entrar, ni os cuento al salir, nunca jamás he visto nada igual, igual había 200 personas gritando como posesas agolpadas en las 20 ventanillas que marcaban la entrada de sirios, jordanos o indefinidos como nosotros. Una vez pasado el susto inicial y un poco más acostumbrados al gentío, nos pusimos a encarar nuestra ventanilla. Mi hermano cubría el flanco derecho para evitar que un árabe espabilado se nos colara y yo de mientras cubría el izquierdo para intentar mostrarles lo que se viene llamando una cola de las de toda la vida (a todo esto Susi nos gritaba desde la banda cual entrenador de fútbol en pleno partido, vaya cuadro).

Una vez montados de nuevo en las motos y tras pasar los puestos de militares que te revisaban la documentación mientras te daban conversación con algún que otro lanzamiento indiscriminado de fichas a las mujeres del grupo,entramos en Jordania bajo un sol abrasador y frente a una imagen del presidente a tamaño monte Rushmore que nos miraba con cara desafiante. Lo primero que vimos al cruzar fue un cartel que señalaba la frontera Iraquí a solo 350km, creo que ese fue el único momento de todo el viaje en el que me di cuenta de lo lejos que estábamos de casa.
Al cruzar Aman ya estábamos a 44 grados según el termómetro de la moto y la GScita entró en modo fusión, los atascos de entrada no beneficiaban y la caja de cambios se empezó a trabar haciendo imposible que pudiera meter el punto muerto.

Asados como pollos y con las muñecas agotadas de aguantar el embrague llegamos al río Jordán, todavía recuerdo la cara del jordano de la puerta cuando nos vio aparecer por la carretera, aparcar las motos y empezar a desvestirnos como locos para ponernos algo mas fresco antes de montarnos en el autobús que te lleva al rio. El Jordán hace de frontera con Israel, asi que como esta última lleva un tiempo con no muy buenas relaciones vecinales no nos extrañó ver policías apostados en cada esquina. La verdad es que se hacía raro que te cuenten la historia de Jesus bautizándose en el rio cuando tienes al lado a un soldado metralleta en mano vigilando la orilla contraria donde ondeaba la bandera Israelí.

El premio del día vino con el baño en el mar muerto, donde nos echamos unas risas viendo como flotábamos como si estuviéramos rellenos de helio. Eso si, si vais, no hagáis como yo y por mucha curiosidad que tengáis, no probéis el agua, creo que todavía no he podido quitarme el sabor a sal.
Estuvimos en una de las playas públicas que usan los jordanos, por lo que no contamos mas de 4 personas en bikini y unas 30 con el burka y los vaqueros metidas en el agua hasta los tobillos, esa imagen fue impresionante y bastante rara ya que junto a ellas, parecía que las demás íbamos desnudas. Junto a esa playa existen muchos hoteles con playa privada y lo mas importante, duchas, donde seguramente por unos euros y echándole un poco de morro también te dejarán entrar a pegarte un baño. La entrada para los jordanos es casi regalada, en cambio todo turista que se deje caer por ese país descubrirá que no es nada barato para un europeo medio. El jordan está casi a un euro y aunque el nivel de vida allí es mas bajo, tanto hoteles como restaurantes se encargan de incrementar los precios para que el turista se sienta como en casa cuando va a pagar.

4 thoughts on “Oriente Medio sobre dos Ruedas. Parte I”