Ese día comimos en Erfou, a 10 km de las dunas de Merzouga y tras haber visitado la impresionante garganta de Toudra, el calor ya apretaba asi que siguiendo el dicho «alla donde fueres haz lo que vieres», nos equipamos con unos turbantes de estos que llevan los touareg por el desierto y montamos de nuevo en las motos para llegar hasta el hotel desde donde saldríamos hacia las jaimas para pasar esa noche.
Dejamos el asfalto para adentrarnos en una pista que bordeaba las dunas y que acababa en distintos hoteles. Estaba atardeciendo y todavía recuerdo la imagen del todoterreno con las dos motos por una pista de tierra inmensa que parecía que no acababa en ningún lado, que increible.Tras eso la pista comenzó a estrecharse y seguir las rodadas era mas importante ya que fuera de ellas había bastante arena y la moto se iba con mucha facilidad. Aqui comprendí la diferencia entre ir una sola divirtiendose por la arena e ir dos sobreviviendo por el mismo sitio :). Aun asi, quitando un susto en el que casi pierdo a Bego por el camino, la cosa no fue mal y llegamos al hotel sanos y salvos, aunque con una sudada digna. Alli nos tomamos un refrigerio (he oido cerveza??? infelices, era té!!) y nos preparamos para coger los camellos que nos llevarían a las jaimas en mitad del desierto.
Que experiencia, muchos sabréis que me encanta montar a caballo y todo lo que le rodea asi que yo salte al camello con toda mi ilusión y asi seguí la primera media hora… pero luego… que dolor de culo!! Ya ni nos fijábamos en las estrellas, ni en el silencio del desierto ni en lo mágico de ir atravesando las dunas de la mano de un guia descalzo y con turbante llamado Omar, todos nuestros pensamientos se centraban en como nos ibamos a bajar de esas máquinas destrozaposaderas.
Al de hora y media de sufrido paseo vimos un foco que nos hacía señas desde una duna, todavía no se como llegamos hasta las jaimas, Omar decía que se guiaba por las estrellas, pero nosotros pensabamos mas bién que seguía a la gran estrella «Garmin» que todo lo sabe 🙂 porque justo donde estaba el campamento era el único punto del desierto donde no se veía una mísera estrella.
Según llegamos conocimos a un montón de guías que hablaban castellano perfecto y que nos amenizaron la noche con té (… otra vez?) y con una estupenda cena a base de tallin y ensalada marroquí. A nuestra izquierda un grupo de inglesitos habían sido listos y se habían traido un cargamento entero de cervezas asi que en cuanto nos sacaron el postre (naranjas) y tras el primer disgusto al enterarnos de que la cocacola no crecía en esa parte del desierto, Alberto se puso a preparar unos destornis caseros al mas puro estilo «cocktail», de exprimidor un cuchillo y la fuerza de las manos, la cara de Omar en ese momento era un poema «Están locos estos vascos…» – estaría pensando.