Desde Manali comenzamos la subida hacia Jispa con algo de preocupación porque nuestros estómagos estaban resentidos de la comida india y en las próximas dos etapas teníamos claro que no ibamos a encontrar ningún restaurante casero donde nos prepararan una sopita caliente.
Finalmente, la aclimatación en Manali dió sus frutos y tuvimos una subida tranquila pudiendo disfrutar del impresionante paisaje que ofrece la carretera. Ya estábamos a 3000m y al borde del camino que se abría paso hacia la cima, crecían árboles de 8 metros de altura, rodeados por cascadas inmensas que nacían sobre montañas que parecían recoger el agua del mismo cielo.
La subida culminó con la llegada al Rothang La, el primer puerto de nuestro viaje, 3850 metros que ya dieron cuenta en el paisaje, donde las piedras y los restos de las heladas invernales comenzaban a sustituir a la vegetación. La temperatura ya había empezado a bajar bastante y encima empezó una debil lluvia que nos hizo recordar el monzón de Shimla… las botas de Alberto comenzaron a temblar ante el recuerdo de la inundación de días atrás.
Comenzamos a bajar por una carretera serpenteante llena de camiones suicidas que ocupaban el poco espacio que quedaba y nos dejaban a escasos centímetros del precipicio, donde parábamos como buenamente podíamos y esperábamos a que pasara el peligro conteniendo la respiración para no tragar la masa de polvo y gasolina que arrastraban consigo los camiones y que nos cubría a medida que pasaban. Según nos contó un local, uno de los grandes problemas que tiene la India es el alcoholismo y el consumo de opio al volante, los camioneros o conductores de autobus recorren la carretera que une Manali a Leh en una única jornada de conducción, de 12 a 24h al volante sin dormir y haciendo escasas paradas donde se abastecen de whisky en vasos de colacao para intentar engañar al cansancio. Conducen de noche sin aminorar la velocidad ni un ápice y con una sensación de poderío provocado por los estimulantes que les hacen mas peligrosos que la propia carretera.
La jornada desde Manali a Jispa fue demoledora para nuestros cuerpos. El dolor de estómago, los boquetes de medio metro en la carretera, los vadeos interminables, las tiradas al arcén para salvar la vida junto con la suspensión de las Enfield, que era como conducir sobre una piedra con ruedas, hizo que a las 3 de la tarde dos almas en pena llegaran al único hotel de Jispa y se dejaran caer como sacos muertos en la cama. Ese día, dormimos sin parar hasta las 6pm y sólo nos levantamos para cenar unas tortillitas y volvernos a la cama hasta el día siguiente. Bueno, de todos modos en Jispa tampoco hay mucho más que hacer, llama la atención el inmenso hotel de cemento que el viajero se encuentra nada mas entrar y que recuerda quizá otros tiempos en los que los cazadores de Ibex se alojaban en este hotel para organizar cacerías de esta cabra ahora protegida por el gobierno. Por lo demás, ese es el último atisbo de lo que pudo ser Jispa en ese tiempo, ahora no es mas que una aldea a 3319 metros que da cobijo a los viajeros que como nosotros, se adentran en el Himalaya.
Al día siguiente, con fuerzas recuperadas, cargamos las motos y nos dispusimos a retomar nuestro camino hacia… arriba, básicamente. El día anterior habíamos pasado la última gasolinera en 300km (traducido a lenguaje indio: 3 días) por lo que teníamos reservas de sobra para los kilómetros que nos quedaban por delante… o al menos eso pensábamos antes de recorrer unos cuantos kilómetros de barro y ríos y ver cómo uno de mis bidones se agujereaba e iba dejando un rastro de gasolina a su paso. Menos mal que Alberto se dió cuenta pronto y paramos para rellenar las motos con lo que quedaba en ese bidón.
A partir de Jispa uno entra en el verdadero Himalaya y por fin empezamos a poder ver con nuestros ojos lo que hasta entonces sólo habíamos imaginado basado en los recuerdos de otros viajeros. Es increíble descubrir que una carretera a 4000 metros puede llevarte por caminos tan increíbles y sobre todo, descubrirte paisajes que parecen sacados de una película de ciencia ficción. Cuando uno se para y ve esos desfiladeros con montañas de mil colores, con mares de roca arenisca que parecen desiertos marcianos o las llanuras lunares rodeadas montañas de 6000m, se pregunta qué habrá mas allá de la carretera, allá donde ni siquiera el hombre ha podido llegar con sus máquinas y donde el Himalaya esconde sus secretos mas ocultos. Desde el avión de vuelta de Leh pudimos dar una respuesta parcial a esta pregunta.